Rinden culto al jamón graso y a la marmolada carne de buey verdadero
Desde bien chaval mi querido amigo ya desaparecido Javi Castroviejo me aficionó a los vinilos rocabilis y a toda esa música interpretada por tipos hiperactivos con tupé, que aporrean guitarras y se agarran al micrófono con el mismo entusiasmo que a las caderas de la hermosa Peggy Sue, ¡vaya jabata! Ya lo saben, “yo para ser feliz quiero un camión, llevar el pecho tatuado, en camiseta mascar tabaco, yo para ser feliz quiero un camión”. Éstas boberías cantábamos en el autobús al salir del cole, que desde Gaintxurizketa nos devolvía a casa a toda aquella panda de indocumentados, que aún hoy, seguimos tomando vinos juntos.
Allá donde veas un camión estacionado detén tu bólido y siéntate a comer, es algo que todos escuchamos un porrón de veces y aquí por escrito les confesaré hoy sin rubor alguno, que al igual que los músicos en gira se pasan sus listados de garitos en los que bordan la tortilla, fraguan buenas lentejas con oreja o sirven buen churrasco con papas fritas, los camioneros, buenos son, también manejan su selección de los mejores garitos del mundo en los que paran a estirar las piernas y comen como guepardos. Así, el gremio de los profesionales del volante recomienda «de parada obligatoria» un hermoso listado en el que brillan con luz propia “El Volante” de Chinchilla con su contundente gazpacho manchego y su atascaburras; “El Castillo” de Sasamón y su corderito al horno; el granaíno “Marinetto” de Chauchina con su glorioso bacalao y sus guisados de choto; el contundente cocido del restorán “La Sierra” en Fuente del Maestre, provincia de Badajoz; El cochinillo del “Marchena” en Zafra del Záncara, provincia de Cuenca, o esas carnes a la brasa con las que te pringas la camisita que llevas puesta en el asador “Los Pucheros” de Piedrabuena, Ciudad Real, ¡gloria bendita!
Lleva uno mucho tiempo dando vueltas a Hispania, como una especie de Obelix venido a menos y les aseguro que nuestro paisaje está atiborrado de gentes que pintan las calles y el campo bien de madrugada, para que cuando pasemos al volante veamos los transportes pesados circular, las panaderías bien surtidas, los viñedos en plena vendimia, los ultramarinos con la bollería reciente y los baretos escupiendo café para mantenernos alertas y en pie de guerra, que la calle está dura pero la ilusión se palpa en el ambiente, como en los grandes “derbis” futboleros.
De entre todos esos garitos que mantienen su área de estacionamiento a reventar, destaca el Riscal, que fundaran allá por 1958 doña Petra y su esposo Jesús, situado entonces en plena Plaza de España del mismo centro de Carbonero el Mayor, que es distinguida reserva de jamones grasos y gente extraordinaria, que se desgañita por emplear de la mejor forma la ventolera de la sierra para curar gloriosos perniles y chacinas que cortan el hipo cosa fina. Y miren por dónde, cuando el menda lerenda jugaba con su “Exin-Castillos”, allá por 1977, optaron por ampliar las instalaciones acomodándose en las afueras del pueblo, que es donde aún hoy siguen repartiendo gloria, comenzando así una etapa próspera junto a los hijos del matrimonio, Jesús, Javier e Isabel. El Riscal construyó su fama sirviendo los jamones curados del pueblo, de entre los que destacan las piezas grasas de la familia Olmos, ese “Montenevado” que rompe la pana y puede encontrarse hoy en colmados de categoría y en los restoranes más reputados del mundo; Asaron también miles de chuletillas de cordero, hicieron fama con su chorizo casero, y cómo no, con su fabuloso lechazo
Pero el verdadero timbre de gloria de la casa es el descomunal “balneario” para bueyes que la familia lleva manteniendo unos buenos años y que es una especie de reserva del Serengueti de bueyes de trabajo españoles, que encuentran allá el sosiego, la paz, la naturaleza, el cuidado y el alimento para pasar sus últimos años como verdaderas reinas de la copla, engrasadas como cebonas. ¡Sí!, en esta casa no les darán gato por liebre, o lo que en estas lides se denomina vaca por buey. Los hermanos Javier y Jesús empezaron a buscarlos en ganaderías bravas y en pequeñas explotaciones ganaderas donde hacían labores de tiro y mantienen, en las afueras del pueblo, ese paraíso natural en el que los animales escogidos esperan el momento de convertirse en una carne de extraordinaria calidad que cautiva hasta al más herbívoro.
Todo el animal, delanteros, bolas traseras, lomos o cualquier pieza que posea buena infiltración de grasa, la venden los hermanos rebanada y cocinada a la piedra, a la vista del cliente, que convierte el comedor en pura neblina carnicera, todos allá chapotean con su cubierto, armados de tenedor y cuchillo bien afilado, escoltados de ensalada y buenas patatas fritas. Pero podrán gozar, además, de una lengua curada que no tiene parangón y parece lomo de presa ibérica, vaya golosina. Disfruten de un buen plato de jamón “mangalica”, único por su sabor, y gocen además con los carpaccios, las jijas salteadas, las setas en temporada, la tierna carne de solomillo, los callos estofados con morros y patas o los helados y sorbetes de postre, el glorioso ponche segoviano, que es orgullo de esa tierra o el “recuerdo de la infancia”, que no es otra cosa maravillosa que aquella papilla de plátano, galletas y zumo de naranja que comíamos de enanos, pero que en Riscal convierten en platillo elegantemente acicalado.
¡Larga vida al Riscal y a las gentes de Carbonero el Mayor!